"Erase una vez una ciudad..." Como toda historia maravillosa, digna de cuento de hadas, así también comienza nuestra narración.
Sí, érase una vez una pequeña ciudad habitada por un
valeroso pueblo. Al conocer a las personas que lo componían, no se sabía qué
admirar más: si su bravura o su piedad.
La devoción a la Madre de Dios invadía los corazones. Todos
los días, decenas y decenas de familias se reunían para rezar el rosario, tras
lo cual llevaban en procesión de una casa a otra una imagen de la Virgen.

"¡Ah, qué bella época! Eso debe haber sido en Europa, y probablemente hace mucho tiempo", pensará alguien.
"¿Quién me consolará de la tristeza de haber nacido en el siglo XX, y estar viviendo en este turbulento inicio del tercer milenio? ¡Hoy parece que el mundo enloqueció!"


Pues consuélese, querido lector.
La historia no es del pasado, de la Edad Media. Ocurrió en nuestros días. Tampoco fue en Europa, sino en Jhugua-Jhu, Ypacaraí, en Paraguay... En esta compañía - como también en muchos otros lugares -, los coordinadores de los oratorios del Inmaculado Corazón de María los llevan en procesión diariamente, de un lugar a otro. En el trayecto cantan y rezan en honor a María.
Un día se vio una escena digna de un cuadro: ¡Tres grupos se encontraron para rezar en la Casa de los Heraldos! ¡Sorpresa y alegría general!
Todos vieron en ello una sonrisa de María Santísima que les
bendecía desde el cielo. ¡Qué maravilla! Ese es el Paraguay religioso, católico
y amante del orden que va adhiriendo al Apostolado del Oratorio.
Inestimable es el trabajo de esos voluntarios apóstoles de
familia, los coordinadores de Oratorio. Cabe a ellos el gran mérito de golpear
de puerta en puerta, despertando muchas veces un fervor adormecido en el fondo
de las almas.
Así ocurre también por el mundo entero. Fue lo que pasó con
Don Antonio, en una ciudad de Brasil. Era una tarde de domingo, hacía mucho
calor... Como innumerables brasileños, cómodo en su sofá estaba Don Antonio,
mirando una competencia deportiva particularmente aburrida; de esas que ni
toman ni sueltan...
"¿Será que no hay nada más útil y elevado para hacer en
la vida? ¿Viviré siempre en esta modorra sin fin?", pensaba él. Apagó el
televisor y saltó del sofá. En ese momento, sus ojos cayeron sobre un folleto
dejado en una mesa: "¡Reciba a María en su casa, para que Ella lo reciba
después en el cielo!" La frase lo impresionó. "¿Qué es esto?",
pensó.
Terminada la lectura explicativa del Apostolado del Oratorio
"María Reina del Tercer Milenio", algo dentro de sí le dijo:
"¡Vamos! ¿Por qué no intentar formar el grupo de treinta familias?"
Instantes después, en la calle, don Antonio va golpeando la puerta de los
vecinos para proponerles que reciban el Oratorio una vez por mes. Para sorpresa
suya, solamente en aquella tarde, consiguió veinte familias. Eufórico, llamó a
la casa de los Heraldos del Evangelio encomendando un oratorio, pues - decía -
pronto tendría las familias restantes. ¡Su vida tomó otro sentido! De ahora en
adelante, sería un propagandista de la devoción a María. San Pablo cayó del
caballo. Otros, simplemente se cayeron del sofá...
Fue lo que ocurrió con don Ailton, en la ciudad de San
Pablo. La Sra. Rosana, su esposa, lo invitó una noche a rezar el rosario en la
casa de la vecina, que iba a recibir la visita de la imagen peregrina de
Nuestra Señora de Fátima. Don Ailton prefirió el sofá... pero no por mucho
tiempo.
De sorpresa, la Sra. Rosana llevó la bellísima imagen de la
Virgen para bendecir su hogar. Cuando don Ailton se dio cuenta, estaba de
rodillas, llorando como un niño, emocionado a los pies de la Madre de
Misericordia.
La gracia recibida transformó ese matrimonio en dedicados
apóstoles. Ambos, revestidos con la bella túnica de Cooperadores de los
Heraldos del Evangelio, visitan incansablemente los hogares llevando la imagen
de Nuestra Señora y formando grupos para recibir el Oratorio del Inmaculado
Corazón de María.
Una pesca milagrosa ocurrió también en Buen Jesús de los
Perdones. La Sra. Eguinal temía no conseguir treinta familias. Nunca había
hecho ese trabajo antes. Pero bastó empezar que, con el auxilio de otras
dedicadas señoras y el enfático apoyo del Padre José Antonio, fueron formados
25 grupos de treinta familias en esa pequeña ciudad del Estado de San Pablo.
Todos los coordinadores son unánimes en afirmar que han
recibido inestimables gracias en este apostolado.
La Sra. Luciana, de la ciudad de Campos, relata por ejemplo:
"Estoy muy feliz en ser coordinadora de Oratorio. Mi vida cambió, cuando
ya estaba desanimada. ¡Estoy viviendo un sueño, y no quiero despertar más! ¡Mi
amor a la Virgen se multiplicó, no tengo palabras para expresar mi inmenso amor
a Ella!".
Pensando en el insustituible trabajo de los cerca de veintemil mil
coordinadores de Oratorio que existen en el Paraguay y por el mundo, nos viene a la mente la
célebre frase de la gran Santa Teresa de Ávila: "Jesús, más Teresa, más
dos monedas de oro, es igual a un nuevo convento carmelita."
Hoy podemos decir, con el alma desbordante de gratitud:
"¡La Virgen Santísima, más un coordinador o coordinadora, más un Oratorio,
es igual a… milagro de la gracia!" ¡He aquí la maravillosa e insuperable
aritmética del Cielo!