Los heraldos hablamos muchas veces del "pulchrum" (traducido literalmente del latín: bello, bonito, hermoso). Tal vez hay gente que no sabe a qué nos referimos y tampoco se atreve a preguntar. Creo que les gustará mucho leer este reciente artículo de nuestra Hermana de la Orden Segunda Juliane Vasconcelos, EP.
Muchas veces se relaciona belleza con
imagen. Pero estas son distinguibles, a pesar de no separables totalmente: hay
conceptos bellos e imágenes feas. Se puede decir bellamente la verdad, pero
esta solo termina de convencer cuando es mostrada y no apenas dicha. También se
puede hacer bellamente el bien y decirlo, pero en el hacer ya se lo está mostrado
icónicamente. 1
Y, a pesar de la filosofía moderna
kantiana haber reducido la belleza a un elemento puramente subjetivo como
propiedad del ser, el pulchrum está íntimamente ligado a los atributos
trascendentales: a lo verdadero, porque agrada aquello que es conocido por el
intelecto; y al bien, porque el objeto de lo bello satisface el apetito
sensible.
Sin embargo, hoy en día se nota que, infelizmente, se volvió natural
al hombre postmoderno no degustar más el pulchrum que hay en lo verdadero (verum) como, por ejemplo, un
pensamiento lógico de un Santo Tomás, que emite una belleza que no es
literaria, sino que es la belleza inherente a la idea o a la verdad que él pone
en evidencia: es la belleza del pensamiento puro, del contenido relacionado con la idea.
La belleza de la idea verdadera es un esplendor que refleja el lado
espiritual del hombre, como un cristal que, absorbiendo la luz, crea la ilusión
de que la luz que vive en él lo convierte a él mismo en un foco de luz. Por tanto, el punto
terminal del verum en plenitud, en esa consideración, es el pulchrum. Pero lo
bello es, también, un tipo de amor que no puede ser separado del bonum como
elemento de este amor. Y es por eso que el pulchrum no es sino el splendor
veritatis y el splendor bonitatis. 2
Este sería un título autónomo del
amor que hace ver la bondad y la verdad de las cosas. O sea, el pulchrum da una
facilidad especial para amar. Cuando se dice que Dios reposó contemplando sus
obras, eran estas mismas volviéndose hacia Él, en un acto de religión, cuya
belleza es la del efecto que se vuelve a su causa. Ese modo de ver el pulchrum
es algo que penetra en el hombre -liberándolo de su egoísmo-, al cual él se
rinde amorosamente, deliciosamente, como en un éxtasis. Sale de sí mismo, de su
pequeñez y se entrega a la grandeza y plenitud, como un hijo que readquiere a
su padre, encontrándolo en lo Absoluto. Es una contemplación estética de las
más altas, pues después de hacer toda especie de analogías de la cosa y llegar
a su belleza, la contempla en Dios, como la Belleza en sí.

Dios, por tanto, se manifiesta como
una “hoguera”, luminosa e incandescente, como luz iluminadora, que es lo Bello,
y como calor vivificante, que es el Bien. Él es simple y su luminosidad e
incandescencia se identifican. “El Bien y lo Bello se funden en la
indivisibilidad. Entonces, el placer de ver la Belleza y las alegrías que le sacian por poseer el Bien se compenetran; la inteligencia y el amor se unen en
la unidad del éxtasis”.4 Contemplando lo Bello, el hombre se torna bueno, así
como se torna bello amando el Bien.
Por la Hna. Juliane Vasconcelos
Almeida Campos, EP_____
1) LLACH ACI, María Josefina. Otra
mediación: la belleza, otro lenguaje: la imagen. Em: Revista Teología.
Buenos Aires. No. 92 (Abr., 2007); p. 66.
2) CORRÊA DE
OLIVEIRA, Plinio. Coletânea de conferências sobre o Pulchrum. São Paulo: s.n., 1966-1984. s.p.
3) Ibid., s.p.
4) Ibid., s.p.